El
día en el que abandoné mi cuerpo, planeé sobre la soledad persistente que
cohabita en nuestra casa.
Aquella
noche, como dos extraños
voluntarios el uno para el otro, cenábamos en silencio, dejando que
el guirigay rellenase nuestra conversación ausente.
Me
sorprendió contemplar el vacío que
se aloja en el sonido. Ahí vivía mi fantasma sin saber en dónde y
cuándo había perdido a mi yo.
Era
una sombra bipolar ajena y sin raíces.
Una
yo jugaba a quererte. La
otra soñaba huir.
Fue
en ese instante, en el abismo del amor, donde descubrí el sabor costumbrista de
nuestro desamor.